Di un par de brazadas hasta la orilla, y sujetándome a una de las piedras del borde te miré. El sol de primavera se reflejaba en tu blanca piel como si fuera un cristal traslúcido.
-Qué guapa eres.-Te dije desde la orilla. Alzaste la vista del libro que leías tumbada en tu toalla de colores y me sonreiste con tus ojos color caramelo.
-Tú más.-Respondiste sencilla, volviendo a mirar al libro. Salí del agua y me sequé deprisa para tumbarme a tu lado como un perro fiel. Tu solo dejaste de leer y tus gafas de sol en la hierba crecidita que rodeaba a nuestro lago. Nuestro sitio especial.-Abrázame tonto...-Obedecí, dócilmente y te estrujé entre mis brazos.- Quiero estar más cerca de tí...
-No puedes...-Te susurré.
-Si, si que puedo, hasta que seamos siameses de corazón.
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